Por Armando Rodriguez. Publicado en ABC 21-2-13

Todos los días tomamos conocimiento de un caso de corrupción. Casi siempre existe en ellos un trasfondo económico de enriquecimiento injusto. Los joyeros, como el resto de ciudadanos llevan sufriendo desde hace muchos años un tipo de corrupción diferente: la corrupción de la democracia. Sin duda, cuando el poder político conoce injusticias y mira para otro lado corrompe la democracia; cuando permite que los ladrones de joyerías o de cualquier comercio, roben y sean puestos en libertad en cuanto se sientan delante del juez, la corrompe;

cuando permite que el trabajo de la policía contra el crimen patrimonial organizado, en contados casos concluya con sentencias, y no archivado y sobreseído como sucede, la corrompe. Cuando permite que los principios jurídicos y las formalidades procesales prevalezcan sobre el interés ciudadano, la corrompe. Tanto la ha corrompido en los últimos años, que cada vez más, los ciudadanos dudan de su existencia, y no perciben sus beneficios. A la tragedia de verse expoliados, unen los joyeros la de vivir en un país de democracia corrupta que protege a quien la humilla y humilla a quien la defiende. En el día de ayer un compañero abrió su comercio, cumplió con su deber, trabajó por su familia y por los demás y se vio recompensado con la visita de dos delincuentes que amenazaron la vida de su hija y la suya. Usó su arma legal y les hirió. Para un trabajador como él, el trauma ya está consumado. Ahora sólo falta que esa democracia corrupta que todos aborrecemos, le obligue a sufrir un calvario judicial que, sin duda, tratará de justificar unas normas y principios jurídicos que los demócratas de verdad no podrán comprender. Espero, aunque no con mucha confianza que eso no sea así, y si lo fuera, todos sus compañeros abandonados por el sistema, estarán para defenderle y acompañarle.