Generalmente algo que siempre uso son los anillos. De hecho, es en lo primero en que me fijo ante un escaparate de joyería. Sin embargo, en ciertos actos y eventos sociales tipo Red Carpet siempre me gusta y me permito jugar bastante con piezas más arriesgadas.

Como ya he dicho me gustan mucho los anillos. Posiblemente un solitario con talla brillante sigue siendo una pieza soñada. Pero reconozco que la innovación constante tanto en diseño como en el uso de piedras, algunas semipreciosas pero igualmente atractivas, constituyen todo un aliciente para ampliar gustos.

A pesar de que de forma popular o populista a la idea de llevar joyas se le une una cierta sensación de exhibicionismo económico y un cierto prejuicio de ostentación, para mí hay algo mágico en una joya. No puedo dejar de pensar que hay algo muy bello y fascinante en que de una piedra sin pulir, a primera vista incluso vulgar, se pueda extraer algo tan bello gracias a la imaginación de un "orfebre" ( al margen de los adelantos técnicos e industriales que hoy por hoy también acompañan al mundo de la joyería); y de que uno porta consigo una parte de la naturaleza, independientemente de que sean
mías o cedidas. Supongo que no deja de ser una idea un tanto infantil que roza una cierta mitomanía e incluso la superstición. Por ejemplo, cuando viajo en avión, sean corta o larga distancia, me gusta llevar una cadena en la que tengo ciertos amuletos en oro muy personales. De la misma manera que a pesar de que no me atraen tanto los relojes, sin embargo la idea de contar el tiempo, de situarse geográficamente en el mundo, y de crear para ello unos mecanismos diminutos pero tan sumamente precisos me producen una cierta sensación, tal vez un tanto infantil, de que la ciencia y la magia se rozan y juegan en algún lugar.

  Actualmente estoy rodando la serie de Antena 3, "Bandolera". Y a la espera de que TVE emita un a miniserie de dos capítulos llamada "La Memoria del Agua", basada en una novela de Teresa Viejo.